Dos antiguas viviendas laterales fueron anexadas al edificio original
para aumentar la cantidad de salas y dotar al espacio de tecnología
adecuada según los estándares internacionales de exhibición
Casi por azar la ampliación del edificio que desde hace más de diez
años ocupa la Fundación Proa en el barrio de La Boca consigue expresar
en su arquitectura la meta institucional. Por sus plantas irregulares y
recortadas en forma de sugestivos trapecios, la casona parece una
verdadera obra de arte Madí, el movimiento de ruptura nacido en Buenos
Aires y que hacia 1945 intentó acercar el arte argentino a las
vanguardias internacionales.
Con esa misma intención, la de poner a la ciudad a tono con los
cambios tecnológicos y culturales del siglo XXI, las autoridades de
Proa le encargaron al estudio de arquitectura milanés Caruso-Torricella
un proyecto de restauración que permitiera adaptar la estructura de la
propiedad a los nuevos formatos y lenguajes del arte contemporáneo,
además de continuar con la tradición de La Boca de vincular a los
vecinos con el entorno urbano mediante la utilización de la fachada y
la linea municipal como espacio de experimentación. Una serie de viejos
adoquines de madera de caldén rescatados de un ferrocarril delimitan la
vereda de Proa e invitan a ingresar en el flamante recinto, que
extendió sus dominios gracias a la adquisición de dos propiedades
linderas, ambas de época, pero sin valor arquitectónico relevante.
El proyecto apuntó a mantener la geometría del edificio principal y
a unificar el conjunto tomando cada lote en forma independiente y
conservando su estructura de vivienda. Las casas de los costados fueron
demolidas, lo que permitió pasar de 750 m2 a una superficie total de
2300 m2, ahora distribuidos en tres plantas que albergan cuatro salas
de exhibición; un auditorio para cien personas; una biblioteca
especializada equipada con computadoras y Wi-Fi; sanitarios, y una gran
cafetería con deck en la terraza. Aun así, las instalaciones quedaron
cortas, pues temporalmente las oficinas de las autoridades y el
personal de Proa funcionarán en una casa vecina.
Sobre los dos lotes anexados se emplazaron dos escaleras de
hormigón, la del acceso recorrida por un pasamanos embutido en la
pared, que conectan las tres plantas. En la parte baja se conservaron
las columnas de fundición originales; se ubicó la recepción y tres
salas de exhibición, donde se destacan los pisos de roble americano
claro que, al no competir con los muros blancos, unifican el ambiente.
En la parte alta se aloja otra sala de exhibición, el auditorio
habilitado para funciones de video, cine y actividades culturales como
conferencias y seminarios, más una gran biblioteca de doble altura de
madera pintada, recorrida por una pasarela, e iluminada por la luz
natural que ingresa a borbotones por la claraboya de hierro que remata
el techo, y que fue ampliada.
Las aberturas están cubiertas por paños de vidrio que desde todos
los ángulos aseguran vistas espectaculares al barrio, el Riachuelo y el
Puente Transbordador, panorámica que aumenta en la terraza, donde
funcionará la confitería. La iluminación de las salas es cenital. En el
cielo raso se diseñaron nichos o lucarnas que repiten la geometría del
lugar, cubiertos de una tela tensada que difunde y suaviza la luz
fluorescente que cuenta con un sistema de control computarizado. En
cada lucarna hay rieles ocultos que facilitan el posicionamiento de
spots puntuales, en el caso de que la exposición lo necesite. La
fachada principal, la única que tiene un alto valor histórico, fue
restaurada y pintada a la cal, mientras que los frentes anexados se
cubrieron con paneles de vidrio que harán las veces de pantalla para
proyecciones al aire libre.
Kunsthalle de La Boca
Concebida como una Kunsthalle o casa de cultura, cada rincón está
preparado para exponer arte, lo que permitirá cumplir con los objetivos
de esta nueva etapa de Proa, que busca afianzarse como una caja de
resoncias, en constante transformación. «Creo que no existe fractura
entre arquitectura, programación, educación y gestión, todo está
integrado -expresa Adriana Rosemberg, directora de Proa-. Las
escaleras, los vidrios de la fachada, la terraza y la infinita cantidad
de espacios son válidos para conectarse con la experimentación. El
vidrio vuelve viable el sueño de un museo transparente y abierto,
interactivo al exterior, donde la programación puede ser percibida
desde la calle, interactuando con el barrio y facilitando su permanente
participación.»
Por Marina Gambier
De la Redacción de LA NACION
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